El nazismo alemán
La llegada al poder de Hitler en 1933, a través de las urnas, arruinó la experiencia democrática de Weimar y supuso la implantación de un Estado totalitario basado en una dictadura personal. Las repercusiones a nivel internacional fueron enormes. En los años treinta Alemania emprendió una política de rearme en una estrategia agresiva y expansionista que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
El nazismo no puede entenderse sin la figura de Adolf Hitler (1889-1945), su máximo representante e ideólogo. Hijo de un funcionario austríaco de aduanas, su verdadera pasión de juventud fue la pintura. Se trasladó a Viena con el fin de ingresar en la Academia de Bellas Artes, pero fue suspendido en el examen de ingreso.
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Su estancia en la capital del Imperio Austríaco transcurrió entre penurias económicas. En 1913 la abandonó y se trasladó a la ciudad alemana de Munich. Por aquel entonces ya tenía profundamente arraigados sus ideales.
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La I Guerra Mundial le sorprendió en Alemania en cuyo ejército se enroló como voluntario. Por su arrojo obtuvo varias condecoraciones y fue herido en 1916.
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La derrota alemana le causó una profunda consternación y responsabilizó de ella a los políticos socialistas, comunistas y judíos quienes, según él, habían asestado desde la retaguardia una “puñalada por la espalda” al valeroso ejército alemán. Consideró la firma del Tratado de Versalles como una humillación inaceptable y se impuso la tarea de devolver a Alemania su papel de potencia respetada y temida en el mundo.
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Se trataba de un grupo de carácter radical que empleó como organización de choque a las SA (Sturm Abteilung) o “sección de asalto”, cuya dirección fue encomendada a E. Röhm. Éste junto a otros jerarcas como Goering, Strassner y Rudolf Hess, constituyeron el primitivo núcleo organizativo del joven partido.
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Los orígenes del nazismo
En 1923 el Partido Nazi celebró su primer congreso, para entonces contaba con aproximadamente 20.000 militantes. Ese mismo año tuvo lugar la invasión franco-belga de la región alemana del Ruhr, en teoría para salvaguardar el pago de determinadas partidas de reparación de guerra que Alemania había dejado de cumplir.
El nacionalismo alemán, exacerbado por el gobierno, desencadenó una oleada de protestas y sabotajes contra los ocupantes. |
El Estado se comprometió a indemnizar a los afectados por la invasión, recurriendo para ello la emisión de abundante papel moneda, originando una HIPERINFLACIÓN que hundió la economía alemana, empobreciendo a amplios sectores de la población, en un clima de enorme malestar social.
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La coyuntura fue aprovechada por Hitler para intentar conquistar el poder. El 8 de noviembre de 1923 ensayó un golpe de Estado en Munich, capital de la región de Baviera ("Putsch de Munich") con la intención de imponer al veterano general Ludendorff como dictador y destruir la legalidad republicana.
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El 9 de noviembre, una manifestación de varios miles de nazis que discurría por las calles de Munich fue destruida por las fuerzas del orden, con lo que la rebelión fue abortada. De haber triunfado, hubiese permitido a Hitler avanzar sobre Berlín, tal y como Mussolini lo había hecho meses antes con su "Marcha sobre Roma".
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Sin embargo, la intentona golpista fracasó y Hitler fue juzgado y condenado a 5 años de cárcel (de los cuales solo cumpliría 9 meses). No obstante, el juicio fue aprovechado para prestigiar su figura que surgió ante los ojos de muchos alemanes como la de un héroe defensor de la patria frente a los “corruptos políticos republicanos”.
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Fue durante esa estancia en prisión cuando escribió el libro "Mein kampf" (Mi lucha), publicado en 1925, donde expresaba los fundamentos de su ideología: antisemitismo visceral, anticomunismo y antiliberalismo.
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El fracaso del Putsch de Munich llevó a Hitler a la convicción de que el poder había de ser conquistado mediante la legalidad, es decir, a través de la vía parlamentaria.
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Nazismo. La toma del poder
En las elecciones de mayo de 1928 los nazis tan solo obtuvieron 12 escaños en el Parlamento, en tanto que la izquierda alcanzaba un claro triunfo. Meses más tarde se producía el crac de la Bolsa de Nueva York, de dramáticas consecuencias para Alemania. La crisis económica y social dio oxígeno a los nazis. ![Ambiente previo a la celebración del III Congreso del Partido Nazi. Nuremberg, 1927](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_vdm8XFKVxvTamDMKAbFoTnPlS7AULDL6tK4pt0nZ_Hae-f5Q4Qtj-CZfz0TwujOczr-b7EM_XshEg1FjWD5fpRxalSNkWxWJJ_HlnCFJVjUmzrpXYh6VOf5VjBJ1MvWw=s0-d)
En las elecciones de 1930 el Partido Nacionalsocialista contabilizó 107 diputados que representaban a casi 6,5 millones de votos (18% del electorado), lo que significaba su primer gran éxito en las urnas. Frente a ellos, 4,5 millones de votantes otorgaron su confianza a los comunistas que situaron 77 diputados en el Parlamento. La polarización de la vida política alemana era ya un hecho.
La negativa del presidente Hindenburg a nombrar jefe de gobierno a Hitler, forzó a una nueva convocatoria electoral. Esta vez los nazis obtuvieron 196 diputados y el presidente de la República invistió canciller a Hitler y le encargó la formación de un gobierno.
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El nuevo gabinete se configuró como una coalición de partidos de centro-derecha, con el apoyo de las fuerzas armadas (Von Papen, Hugenberg, Blomberg, etc). La razón de esa asociación radicó en que el Partido Nazi carecía de mayoría suficiente para gobernar en solitario.
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En esta ocasión solo dos ministros, Frick (Interior) y Göring (Sin cartera) fueron nazis, el resto pertenecía a otras formaciones políticas.
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Tras formar gobierno, Hitler convocó nuevos comicios. Días antes de su celebración, el edificio del Parlamento alemán, el Reichstag, fue objeto de un intencionado incendio que lo destruyó (febrero de 1933).
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Hitler aprovechó la ocasión para responsabilizar del acto a los comunistas y socialistas por lo que, mediante el Decreto para la protección del pueblo y el Estado, promulgó una serie de medidas de excepción que liquidaron la libertad de opinión, prensa y asociación, poniendo fuera de la ley a la mayor parte de la oposición.
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En un ambiente de amenazas se celebraron los comicios en marzo de 1933. Éstos dieron la mayoría (44 %, 288 diputados) al NSDAP. Hitler, una vez excluidos los comunistas, forzó al Parlamento a que le concediese poderes especiales durante 4 años.
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El siguiente paso en la senda por el control absoluto del poder se dio con la eliminación de las facciones revolucionarias existentes dentro del propio Partido Nazi. La más importante, sin duda, la constituían las SA, grupo paramilitar dirigido por Ernst Röhm, que esgrimía como principio la abolición del capitalismo mediante una revolución.
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El proceso de integración del Partido Nazi en las estructuras de poder tradicionales, encontró en esta organización un estorbo, por lo que Hitler decidió destruir su poder mediante la eliminación de sus líderes.
La acción se llevó a cabo durante la denominada “noche de los cuchillos largos” (30 de junio de 1934), en el transcurso de la cual fueron asesinadas más de 200 personas ligadas a las SA. |
Los grandes empresarios y la derecha más reaccionaria se sintieron aliviados respecto a las intenciones de Hitler y acercaron sus posturas a su política que, a partir de entonces, quedaba desprovista de cualquier tipo de reivindicación subversiva o revolucionaria.
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El Estado nazi
El nuevo parlamento emanado de las urnas en marzo de 1933 confirió a Hitler, mediante decreto, plenos poderes durante cuatro años. Ello implicó la aniquilación del sistema democrático y la actividad de los partidos. ![El nazismo entre 1933 y 1935. Idioma: inglés](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_vdm8XFKVxvTamDMKAbFoTnPlS7AULDL6tK4pt0nZ_Hae-f5Q4Qtj-CZfz0TwujOczr-b7EM_XshEg1FjWD5fpRxalSNkWxWJJ_HlnCFJVjUmzrpXYh6VOf5VjBJ1MvWw=s0-d)
La muerte del presidente Hindenburg, en agosto de 1934, selló el destino de la República de Weimar, que fue reemplazada por una nueva estructura estatal, el Tercer Reich (Tercer Imperio Alemán), significado por su totalitarismo y supeditado a la dictadura personal de Adolf Hitler.
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Éste pasó a ostentar la Jefatura del Estado -cargo vacante tras la muerte de Hindenburg- por medio de un referéndum que le concedió un 88% de votos favorables.
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La acción del Tercer Reich se resolvió en los siguientes campos:
La acción del Estado nazi en el campo político
La acción política llevada cabo por Hitler se materializó en la creación de un régimen totalitario, que eliminó del campo político y social cualquier rastro de oposición.
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La trascendencia de estos hechos sobrepasó el ámbito del Estado alemán y afectó de forma significativa al terreno internacional, ya que la agresiva política nazi contribuyó de forma clara a tensar las relaciones durante los años 30 y a desencadenar una Segunda Guerra Mundial.
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La política internacional de Hitler se consagró desde sus inicios en censurar el Tratado de Versalles.
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Desde entonces denunciaron el Tratado y lucharon por revisarlo, especialmente, en lo concerniente a las cesiones territoriales que Alemania se había visto obligada a efectuar y a las cláusulas de desmilitarización de su territorio.
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El eje fundamental de sus relaciones con el exterior estuvo constituido por una política expansionista y pangermanista (unión de todos los alemanes) que sirvió de instrumento para llevar a la práctica la teoría del “espacio vital”, necesaria para asegurar el desarrollo demográfico y económico de Alemania.
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En octubre de 1934 Alemania abandonó la Sociedad de Naciones y la Conferencia de Desarme, rompiendo así con el orden internacional instituido.
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En 1935, tras un referéndum, celebrado en un ambiente de intimidación y violencia, Alemania recuperó la zona del Sarre que permanecía controlada por la Sociedad de Naciones desde el término de la Primera Gran Guerra. Este acto fue acompañado de la reinstauración del servicio militar obligatorio, que había sido expresamente prohibido en los tratados de paz de 1918.
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En 1936, incumpliendo el Tratado de Locarno de 1925, el ejército alemán entró en la zona desmilitarizada de Renania, rompiendo así con el espíritu conciliador que dicho pacto había alcanzado. ![Texto. Palabras conciliadoras de Aristide Briand (político y primer ministro francés) sobre el Tratado de Locarno](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_u81K0LvSAp4nYBFUMX-nnY8M_0A955A0OK3nY42NL9sq_nVarynOF568uyMPIxwZhYJgcpdnAX51eCFQK5-KMgSGb4LcTi0G9byuoome5ANa-VW9BkvhXsIfM=s0-d)
Mediante el llamado “Pacto Antikomintern” Alemania estrechaba sus vínculos con Japón. Ambas potencias se comprometían a perseguir y reprimir cualquier tipo de actividad relacionada con el comunismo de la Tercera Internacional (Komintern). En realidad tras ese tratado se fijaban las bases de una estrecha colaboración diplomática en momentos en que ambos estados estaban necesitados de apoyos para llevar a cabo su política agresiva, al margen del derecho internacional.
Las potencias democráticas permanecieron impasibles ante iniciativas como esa. Por contra, la Italia de Mussolini la apoyó.
Las potencias democráticas permanecieron impasibles ante iniciativas como esa. Por contra, la Italia de Mussolini la apoyó.
Italia y Alemania intervinieron decisivamente en la Guerra Civil Española (1936-1939) respaldando al general Franco, rebelado contra el gobierno legítimo de la Segunda República, bajo el pretexto de apoyarlo en su lucha contra el bolchevismo internacional.
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En marzo de 1938 Austria era anexionada al Tercer Reich, concluyendo una de las máximas aspiraciones de Hitler, el "Anschluss" o agrupación política de todos los hermanos alemanes.
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Más tarde, en octubre del mismo año, invadió con el beneplácito de Francia, Reino Unido e Italia, expresado en el Pacto de Munich, los 28.000 km2 por la que se extendía la región de los Sudetes (Bohemia y Moravia), bajo la soberanía de Checoslovaquia y donde residían unos tres millones de personas de ascendencia alemana, deseosos de pertenecer al Reich.
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Finalmente, el 1 de septiembre de 1939, sin declaración previa de guerra, invadió Polonia, provocando con ello el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
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La acción del Estado nazi en el campo económico
La I Guerra Mundial supuso para Alemania un importante descalabro económico. Durante la posguerra las dificultades se vieron agravadas por el desembolso de fuertes sumas como reparación de guerra a los vencedores.
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El principal problema con que se enfrentó el Estado fue la hiperinflación. Ésta afectó al tejido económico y golpeó a amplias capas de la sociedad, especialmente a asalariados, funcionarios, pequeños ahorradores y pensionistas.
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A partir de 1924 la situación mejoró, pero unos años más tarde, el crac de 1929 y sus repercusiones, hundió de nuevo la economía alemana.
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La principal secuela de la crisis, el desempleo, golpeó con especial virulencia a las clases media y obrera que, en cierta medida, se arrojaron a los brazos del nazismo. Hitler prometía incesantemente que resolvería los problemas de manera rápida y eficaz cuando alcanzase el poder.
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Cuando eso sucedió puso en marcha una serie de medidas cuyo efecto se vio reforzado por el cambio favorable en la coyuntura económica internacional: arbitró créditos a las regiones que acometiesen obras públicas y crearan empleo, incentivó el abandono del trabajo femenino en beneficio del masculino, impuso un período de trabajo sin remuneración a los jóvenes con edad comprendida entre los 18 y 25 años.
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Finalmente, reintrodujo el servicio militar obligatorio, lo cual alivió la presión del desempleo en aquellos que lo cumplían.
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La economía alemana bajo el nazismo estuvo condicionada por los intereses del Estado. Pero, a diferencia de la URSS, se mantuvo el sistema capitalista y con él la propiedad privada. Al igual que en el régimen fascista italiano las grandes empresas ni la banca fueron nacionalizadas.
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La tierra permaneció en manos de los grandes terratenientes y las condiciones de trabajo de los campesinos no mejoraron sensiblemente.
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Hitler hizo hincapié en el desarrollo de la industria pesada y química, en manos de grandes grupos industriales (Krupp, Vögler, Boch, Siemens, etc), preparados para hacer frente al programa de rearme del ejército alemán, fundamental para garantizar una política internacional agresiva y expansionista.
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En 1936 se puso en marcha un Plan Cuatrienal, cuyo director, Goering, ponderaba la militarización de Alemania con vistas a una futura guerra. Obviaba principios esenciales del capitalismo como el coste y el beneficio empresarial, dando prioridad a la consecución de la autarquía que permitiese el autoabastecimiento de alimentos y materias primas durante el conflicto.
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Esta política acrecentó el poder de los magnates de la industria militar, que conseguirían por medio de la guerra enormes beneficios, acrecentados por la política de saqueo de territorios conquistados y el empleo de mano de obra esclava o semiesclava en sus factorías.
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El principal cliente de la producción fue el Estado. Para financiarla el III Reich recurrió a una política de endeudamiento que en 1938 ascendía a la astronómica suma de 31.000 millones de marcos.
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La acción del Estado nazi en el campo social
El apelativo “socialista”, presente en las siglas del Partido Nazi, careció de un significado real y constituyó una mera argucia dirigida a atraerse a un importante sector de la sociedad. La estructura de la propiedad, especialmente la agraria, no sufrió cambios respecto a épocas precedentes y los grandes terratenientes mantuvieron su influencia, siendo uno de los puntales del régimen.
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A medida que el rearme alemán fue incrementándose se produjo una perfecta fusión entre los jerarcas nazis y los empresarios relacionados con la industria militar.
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El renacimiento económico alemán se realizó a costa de los bajos salarios, un ritmo creciente de trabajo y la absoluta desarticulación organizativa de los trabajadores: los sindicatos de clase y las asociaciones políticas fueron prohibidos.
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La organización de las empresas se estableció sobre la base de una profunda jerarquización que, a pesar del empeño que el régimen puso por disimular mediante iniciativas de carácter propagandístico como el acceso de todos los alemanes a la motorización, agudizó las diferencias entre trabajadores y empresarios.
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La contrapartida fue la erradicación del desempleo, que sirvió a Hitler para hacerse acreedor del favor de una buena parte de los obreros en paro. Éstos prefirieron ocupar un puesto de trabajo en ausencia de democracia que la libertad sin él.
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La sociedad sufrió un proceso de homogeneización que desembocó en la persecución y eliminación de elementos izquierdistas, minorías raciales (gitanos o eslavos), homosexuales, deficientes mentales y, de forma especial, judíos.
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Éstos últimos, muy activos en la vida económica y social de Alemania fueron segregados del resto de la población y les fueron impuestas leyes discriminatorias que arruinaron su normal desarrollo político, social y económico.
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En sustitución de los sindicatos, suprimidos en mayo de 1933, se creó el Frente Alemán del Trabajo, presidido por Robert Ley, que reunía en su seno tanto a trabajadores como a empresarios y prescindía de la lucha entre clases esgrimida por las organizaciones de inspiración marxista.
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Llegó a contar con 25 millones de afiliados y gran influencia dentro del entramado estatal.
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La política social se llevó a la práctica mediante una intensa acción de tutelaje sobre los trabajadores, que fue más allá incluso de su vida laboral. Para ello fueron planificadas numerosas actividades culturales (cine, teatro, deportes, viajes, etc), cuya misión era identificar a las masas con el régimen y potenciar una falsa imagen de igualdad entre sus miembros y los de la clase dominante.
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La acción del Estado nazi en el campo ideológico
Elemento clave de la ideología nazi fue la cuestión racial.
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Especialmente peligrosa estimaba que era la raza judía, a la que calificaba como degenerada y causante de gran parte de los males de Alemania.
EL ANTISEMITISMO (odio a los judíos) existía en Europa desde hacía siglos. Pero los nazis lo elevaron a la máxima categoría. |
Otro ingrediente esencial de esa ideología era la cuestión del “espacio vital”. Según esta teoría, Alemania necesitaba expandirse allende sus fronteras para canalizar su crecimiento demográfico y potenciar su desarrollo económico.
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Para ello era preciso quebrantar las limitaciones impuestas por el Tratado de Versalles y conquistar territorios, especialmente en el oriente europeo, a costa de los pueblos eslavos, Polonia y el inmenso territorio soviético.
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La educación se utilizó como instrumento de adoctrinamiento en los ideales del nazismo. Todos sus niveles se vieron sometidos a un riguroso control y los profesionales de la enseñanza fueron depurados y encuadrados en una estructura de carácter pseudomilitar. Los programas de estudios se desarrollaron bajo las premisas de un profundo racismo.
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La cultura en general y el arte en particular, experimentaron una profunda selección, siendo reprobado y perseguido el llamado “arte degenerado” ("Entartete Kunst"). Bajo este epígrafe se clasificaron las tendencias vanguardistas (cubismo, dadaísmo, fauvismo, impresionismo, etc) y artistas como Picasso, Van Gogh, Munch, Kandinsky, Klee, entre otros.
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En 1937 se celebró una exposición en Munich cuyo objeto era recuperar lo que Goebbels había calificado como “esencia del arte alemán”. En ella predominó el estilo figurativo y géneros como los bodegones, los paisajes y la figura humana a través de la cual se exaltaba el ideal de belleza y perfección de la raza aria.
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En 1933 fue instituida la Cámara de la Cultura del Reich, de la que pasaron a depender siete organismos: cine, teatro, música, prensa, radio, literatura y arte, y en la que debían inscribirse de forma obligatoria los profesionales que desarrollaran alguna de esas actividades.
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Los libros y la prensa fueron estrechamente vigilados por medio de la censura, prohibiéndose la publicación de aquellos ejemplares juzgados como depravados o atentatorios contra el régimen.
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Todas esas organizaciones fueron sometidas a una rígida disciplina castrense.
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El papel de la mujer, aunque en menor medida que en otros regímenes similares, se circunscribió a la esfera doméstica y su función principal quedó reducida a la de engendrar y educar a los hijos. Desde niños, hombres y mujeres eran separados y encuadrados en razón a su sexo.
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Se ensalzó el papel de madre y se instituyó una festividad para conmemorarlo, llegándose a conceder premios a la fertilidad a aquellas mujeres que lograsen una mayor descendencia.
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Determinadas libertades que habían sido conquistadas por la mujer durante la República de Weimar fueron suprimidas y sus puestos laborales ocupados por los varones. Solo cuando durante la II Guerra mundial escaseó la mano de obra, se acudió de nuevo a las mujeres como sustitutas de los varones.
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Junto con el terror, la propaganda fue empleada como forma de imponer las ideas.
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Se generalizó la celebración de imponentes concentraciones de masas, presididas por Hitler y los máximos dirigentes del partido donde, en un ambiente de enardecido patriotismo donde se enarbolaban los símbolos nazis (estandartes y banderas con la esvástica, saludos marciales, etc).
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Se construyeron escenarios permanentes para este tipo de manifestaciones, como el diseñado por Albert Speer -el más prestigioso arquitecto del régimen- en Nuremberg, que contaba con estadio, sala de congresos y amplias avenidas para el desarrollo de desfiles.
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La arquitectura se empleó como instrumento de enaltecimiento del régimen. Surgieron fastuosos proyectos, como el de Germania, diseñado por Speer, una ciudad dotada de formidables edificios y avenidas, destinada a ser la nueva capital del mundo.
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La Segunda Guerra Mundial truncó la realización de dicho sueño.
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En el centro de todos esos fastos se situaba la figura del Führer. Incluso los Congresos del Partido, desprovistos de un verdadero carácter deliberativo, se convocaban para exaltar su figura. Se alteró el calendario laboral y se instituyeron nuevas festividades como la que conmemoraba el cumpleaños de Hitler.
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Su imagen se representó hasta la saciedad en las más diversos escenarios y actitudes: militar, político, familiar, paternal, etc.
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Figura insustituible en la organización del aparato propagandístico del régimen fue Joseph Goebbels. Mediante inflamados discursos radiofónicos y artículos de prensa, cargados de antisemitismo y xenofobia, encandiló a las masas.
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Durante la II Guerra Mundial sus alocuciones se esforzaron en sostener la moral del pueblo alemán alentándolo a una heroica resistencia, cuando ya era inevitable la derrota del Tercer Reich.
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Respecto a las relaciones con la Iglesia, los nazis intentaron controlar las dos confesiones más importantes de Alemania, la Evangélica (mayoritaria) y la Católica. Con la Santa Sede firmó un acuerdo en julio de 1933 que regulaba las relaciones entre ambas instituciones y contribuyó a incrementar el prestigio internacional del régimen.
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A la postre, sin embargo, esas relaciones se enfriaron, ya que una parte del clero recelaba del control que Hitler ejercía sobre el Estado y los métodos que utilizaba para perpetuarse en el poder.
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